sábado, 19 de febrero de 2022

Crónicas XXI

El comienzo del otoño lo marcan las quemas, el asfixiante olor humo que envuelve los campos al sur del Bío-Bío. Tardes marrones donde el olor seco del humo empieza a nublar la cabeza y pareciese que el mundo ardiese sin parar, aun cuando son solo algunos rastrojos los que sufren (o benefician, según algunos) de la plaga del fuego.

Estos fuegos otoñales pareciesen no parar nunca. Recuerdo haber caminado por los desiertos de pinos y mirar desde lo alto como se quemaba todo, como nubes nuevas se forman bloqueando al sol, convirtiendo los días más despejados en tarde languidecientes, ocasos ocres y lunas amarillas. Ahora son fuegos de verano y me da miedo pensar en los del otoño, por que llegaran y serán una herida que el agua no cerrará, sino que escocerá con los vientos que se estrellen contra las murallas de humo.

Lo bueno es que el COVID nos ha quitado el sentido del gusto, del gusto por la vida y por el viento, cuando pase el fuego por sobre nosotros no sentiremos el ardor quemando nuestros pulmones, ni el sabor a yesca que se respira hoy. Todo será tan vacío, por que ya nada nos importa tanto, no queremos salir, no queremos ayudar, sólo queremos escuchar cuando deje de sonar la sirena para poder ir a comprar algo de pan.

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