sábado, 19 de febrero de 2022

Crónicas XXI

El comienzo del otoño lo marcan las quemas, el asfixiante olor humo que envuelve los campos al sur del Bío-Bío. Tardes marrones donde el olor seco del humo empieza a nublar la cabeza y pareciese que el mundo ardiese sin parar, aun cuando son solo algunos rastrojos los que sufren (o benefician, según algunos) de la plaga del fuego.

Estos fuegos otoñales pareciesen no parar nunca. Recuerdo haber caminado por los desiertos de pinos y mirar desde lo alto como se quemaba todo, como nubes nuevas se forman bloqueando al sol, convirtiendo los días más despejados en tarde languidecientes, ocasos ocres y lunas amarillas. Ahora son fuegos de verano y me da miedo pensar en los del otoño, por que llegaran y serán una herida que el agua no cerrará, sino que escocerá con los vientos que se estrellen contra las murallas de humo.

Lo bueno es que el COVID nos ha quitado el sentido del gusto, del gusto por la vida y por el viento, cuando pase el fuego por sobre nosotros no sentiremos el ardor quemando nuestros pulmones, ni el sabor a yesca que se respira hoy. Todo será tan vacío, por que ya nada nos importa tanto, no queremos salir, no queremos ayudar, sólo queremos escuchar cuando deje de sonar la sirena para poder ir a comprar algo de pan.

lunes, 7 de febrero de 2022

Corto LVI

 Vamonos para

 la casa chico, 

ante que nos

vea la muerte,

levantemos la cabeza 

por sobre la hierba,

abramos las orejas 

a los aguijones ciegos.


Vamonos para 

la casa chico,

en mis brazos 

en mi corazón

hasta mi vida,

hasta el final.
















jueves, 3 de febrero de 2022

Memorias XIV

¿Dónde estoy? ¿Puede adivinar dónde me encuentro justo ahora lector? No y aunque acertase su respuesta sería incorrecta producto de mi capricho, y dicho eso me lanzaré al objetivo de mi escrito, el cual, indefinido e impreciso, late bajo su propia fuerza.

¿Quiere saber usted, lector, dónde me hallo? Me encuentro en un Abril, no en ese que se inscribe solo en el calendario. En uno de hace muchos años, uno antiguo que recuerdo a veces.

Memorias XIII

-¿Qué es eso que suena maestro?

El Maestro estaba dormido. Pero todos los grandes abades duermen en la misa. La gente no lo sabe ¡obvio que no lo sabe! Es que pocas veces no le toca a él dirigir la misa, no es algo de faltar el respeto al altísimo, es simplemente cansancio. Ya verías tu a ese o aquel santo durmiendo una o dos misas en su vida. En su pecado blanco, una cosa poca. Pero hay que tener habilidad, esa que pone una mano aquí, el brazo por acá y parece como si nada hubiera pasado, cómo si pudieras recitar toda la liturgia de memoria y entera.

Soñaba con el campo, con el sol sobre todo. A veces la abadía se le antojaba húmeda y fría, y el campo ¡oh el campo! con su sol que calienta los huesos (por que los huesos le sabían muy fríos, helados, congelados, como el hielo que crece con espinas clavándose en sus carnes).

Memorias XIII


Con mis sentidos embobados y mi cabeza descarrilada, poco a poco mis dedos se contagian del hormigueo. Esos mismo brazos pesados abrazando la nada hasta encontrarse con una cabeza danzarina en tu recuerdo. Aquella boca morada que se

Memorias XII

Te vi escribir en tu mundo etéreo, esperé a que te fueras y busque tras la niebla pero no había nada. Me di vuelta con curiosa celeridad, pero tus miedosos pasos ya te habían llevado lejos. 

Escudriñe entre migajas para alimentar mi ego, pero tan escueto pan sólo aulló en mi alma y la noción perdí en el desierto de tu ser.

De tus manos brota el agua que cura mis enfermas ansias y adormece mi hambre, aunque no borra lo escrito ni lo que se esconde en el bucal bosque.

Memorias XI


Libertad. Tan humano, tan universal, tan idílico y sin embargo tan escaso. ¿Existe la libertad a medias? Y si existe ¿es mejor que nada o solo es otro sueño para terminar despertando en un ciclo de preguntas muertas?
         Esa y mil preguntas aquejan al pequeño, mientras su abierta celda lo castiga mostrando tan deliciosamente la salida, inalcanzable para unas manos que se limitan solamente a rasgar el aire entre seudo barrotes.

El sol acaricia su lomo, el viento toca su cara mientras el rocío de vez en cuando lo baña. ¿Pero que era eso si no podía escapar? Un ahogante infierno pestilente para quien no conoce de reyes ni dioses. O simplemente para quien no los comparte de igual forma.

¿Pasarán horas? ¿Pasaran días? Y más importante ¿Qué pasará? ¿Son estas mis horas finales o serán mis dolorosos días, desquiciados años o solo moribundos decenios? No temo a la muerte sino a la incertidumbre de la naturaleza misma del hecho o  a la infartante naturaleza del suceso. La ignorancia basa sus raíces en el placer del aprender y sus tentáculos se basan en la premisa de aprehender a quien no busca sino es buscado por un natural placer.
         Mil y un complejos para quien tiene una y mil veces para mirar la verdad o la sombra de la misma si es que realmente la verdad no esconde otra.

La noche fría cae cazando el día, comiendo con sus dientes blancos y eternos todo sonido que de por vestigio alguno la vida que trae el ojo madre de todos.
         La soledad no acompaña a nuestro amigo. El ensordecedor llamado del silencio arranca de lo profundo de las intrincadas cavernas de la demencia  a deformes seres, vástagos del subconsciente. Alimañas de todo tipo de color y tamaño, retorciéndose en su purulenta existencia. Van y vienen arrastrándose por recuerdos, bañando con sus líquidos viscosos cualquier recuerdo, deformándolo o quizás arreglándolo dependiendo de cuan transgredido halla esto en un comienzo. Si es que hubo un comienzo, si es que hubo algo. Porque sinceramente mi amigo, no creo en la certeza de la mente enferma pero apuesto en la sanidad de ella antes que en la enferma certeza de quien jura sanidad con insanas objeciones.
         Estos gusanos, si es que realmente lo eran o simplemente se comportaban como tales pudriendo la mente de nuestro personaje, comían con hambre existencial los suculentos trozos de cordura de aquél que alguna vez la tuvo, si es que sigue teniéndola.  Aquel festín fue grande y largo, digno de cualquier parasito romano y lascivo, dedicado a todas las vírgenes que esperan el sacrifico. Y aún cuando el dolor drenará su ser, nuestro pequeño se sentía libre. No del dolor en sí, no de la pena, no de la muerte. Simplemente libre.

Cuando el amanecer tocaba campanas de una incestica boda, las cuerdas del destino se tensaron ante un abrupto final para un sonámbulo de la realidad.

La bestia camina llenando el lugar con el morboso sonido del choque de las llaves que gotean húmedo y nutrido rescate. La criatura no conoce el miedo, no endiente de horas, no responde a preguntas y menos las hace. No hay rencor, no hay deseo, si existe placer es solo de una forma que pocos comprenden y conocen. Obedece al gran mecanismo de la pragmática madre.  
   Se deja fluir frente al prisionero. Se miran una y mil veces, y otras tantas como la eternidad del segundo  les permitía para entender quién era quien. Un sudor frío reclama el dorso de cada uno así como lo había hecho antes y así como lo seguramente lo seguirá haciendo.
         Nuestro amado desquiciado entendió solo en ese momento que las únicas llaves que había allí eran los poderosos colmillos que llamaban a su carne y vida.

En un sublime minuto, no hubo ideas. Las preguntas zarparon a puerto seguro, el horror intenso de sus ojos se iluminaban con algo parecido al llanto. No de pena, no de dolor, sino de la alegría que produce dejarse llevar por la marea de la eterna causalidad de los hechos a los que uno esta atado dentro de el plano inquebrantable de la incertidumbre del día a día.

Mi querido lector ojala no lo haya aburrido con este breve relato ya que ¿Qué morboso sentimiento de diversión puede despertar la muerte de una mosca a las manos de una araña? 

martes, 1 de febrero de 2022

Amar como es debido

Para ser tonto no se necesita un doctorado, de hecho, creo que justifica la falta. Como los deportistas que no pueden hilar una frase coherente, los más "académicos" quizás no puedan explicar sus sentimientos, esto por su entendimiento de lo lógico. Así por lo menos lo plantean en esa mala serie llamada The Bing Bang Theory, lo lógico y racional no puede acomodarse a la realidad sensual, al cariño, a los sentimientos.

En mi caso, la respuesta puede ser más simple. No tengo que buscar un diccionario de significados o leer mi carta astral para justificarme como persona, por que me se narciso y egocéntrico. Me encierro en mi. A veces pierdo el ritmo de los días, horas e incluso años. A veces cojo mis libretas y diarios, han pasado días sin saber de alguien o sin escribirle a alguien y no sé dónde se fue ese tiempo, he imagínate tu, esperando al otro lado, esperándote llegar y ver que cada día el trecho se alarga.

Hay excusas claro, el trabajo, la vida, la motivación, pero siempre hay alguien del que sabemos que la vida se le va en la otra persona, o sea, no es como si fueran gemelos, pero claramente se hablan todos los días, se ven todos los días, se toman su descanso en ellos, en el otro. Eso pareciese que no sucede conmigo. Ese encierro que generé, ya es una forma de vida. Todos están afuera o estarán afuera, todos vivirán detrás del muro más alto y los que no, los que van de paso, quizás pasarán a verme más que los habituales, sabiendo que me importan menos los que pasan que los que se quedan, por que a ellos, a esos que van a pasar conmigo una vida, no quiero verlos desilusionados.

He visto con recelo mis amigos juntarse con otros, como mi familia forma planes sin mí o como no termino conectando con la otra persona. Creo que ya no tengo un real interés de conocer más gente, creo que mi miedo a ser dañado a escalado a mi fobia a entregarle mi ser a otros y con ello, que decidan hacerme daño de formas que no puedo concebir. Todo esto ha llevado a que no viva tranquilo conmigo mismo, por que no me se feliz estando solo, no me siento tranquilo mirando la vida desde dentro de una habitación repasando las fotos de todos los que he dejado atrás y me han dejado por lo mismo.

Lo peor es ver las repercusiones. Descubrir los bloqueos, leer los mensajes o desempolvarlos después de años y saber que sigues tan igual como siempre y tiempo ha pasado, vaya que ha pasado, pero todo tan igual como siempre y los únicos salvajemente afortunados no son los que se quedaron afuera, soy yo atrapado conmigo mismo, viendo como se alejan las personas decepcionadas, heridas y cansadas de estar esperando un poquito que se abra la puerta. Por que si algo me han dado los años es reconocer en los otros el dolor que voy esparciendo en el campo y las pocas cosas que logro al hacerlo, por que si por lo menos fuese con alguna intención, quizás la vida sería más llevadera.