domingo, 13 de marzo de 2022

Crónicas XXII

 Mi relación con los amaneceres es complicada. Siempre se han romantizado los amaneceres en muchos libros y lo entiendo, son bellísimos, quizás más que los atardeceres a los cuales estamos más acostumbrados, sin embargo la energía que emana al momento del amanecer es otra, nuestra disposición al amanecer también es otra, nos ilumina el corazón y nos vincula con la tierra que también está creciendo.

Como dije, mi relación es complicada porque a través de mi vida me ha tocado muchas veces quedarme en vela y es que pasé de ser una persona que raramente me levantaba al alba a una que veía con desesperanza como un nuevo día se nos venía encima. Con ese día también la desesperanza de lo que se venía por delante, un día agotador, la angustia de tener que entregar ese día, de esa prueba que hay que dar y, quizás la peor, el dolor de saber que lo que había estado dándole vueltas toda la noche, no había tenido respuesta.

En el último tiempo empecé una nueva rutina, me levanto a las 5, me preparo para hacer ejercicio, meditar y ver el mundo encenderse. Así me reencontré conmigo mismo y con los amaneceres, ya no son un reloj implacable sino una puerta de posibilidades, sin embargo, mientras escribo esto, estoy en otra de esas noches de trabajo intenso, pensando en dormir 30 minutos para no ver el momento en que el amanecer caiga sobre mi, porque la verdad, no quiero sentir esa desesperanza, que nunca me ha abandonado, sólo la he logrado disminuir.