miércoles, 25 de septiembre de 2013

Hubo un rey

En la regia pose en la que se sedimentan los pensamientos, puede sentir el flujo de la sangre correr como un cinto. Puede tender un hilo circular alrededor de su cabeza siguiendo el paso del pulso, puede quedar absorto ignorando el reloj que lo llena y cubre todo con el granizo del tiempo.

La regia pose se pasea por la sien, por la frente, refriega los ojos, se roba un beso y cae en el mentón. Ahora es otra, pero sigue siendo real, sigue siendo digna, pero ahora no protege a nadie.

Él lo sabe, es momento de despertar. No quiere, realmente no quiere. Él es rey y hombre aunque nunca haya pedido serlo, pero ¿qué sería entonces si no si mismo? quisiera ser polvo, quisiera ser reloj y viento o quisiera ser sombra para sembrar las noches con oscura calma. Quisiera no tener que elegir que ponerse, no tener que decidir.

Su armadura cuelga del mueble. Una obra de arte echa para durar, una protección soberbia coronada con un yelmo oscuro, de pelo y joyas con una corona en todo lo alto. Las grebas, las pierneras, la espada también. La espada que hace que los caballeros se arrodillen, que el enemigo corra cuando corta el sol desde el cielo. Y por otro lado un traje de oficio. Una veston hermoso, pero solo lana y tinturas. Sencillo en cada punto y hermoso en cada puntada, pero solo lana y tinturas.

Al ponerse el veston le queda raro, es tan pesado y tan raro. Siente un calor raro, un frío extraño. Su peso le es antinatural y su confección le hace sentir desnudo. No quiere ser hombre, no quiere ser rey, no con tinturas y lana, quiere ser rey de hierro y espada. Quiere que cuando la corte busque en el destino del reino lo vean reflejado en su armadura, así el hombre podrá dormir de ser rey.

"Algún día pasaré estos problemas a otro, podré quedarme con lo que quiera y vivir como yo quiera" Se miente tranquilo, pero no le puede mentir al reloj. "Si fuera reloj ¿dentendría el tiempo para que no me matará?" No. Ni el reloj puede suicidarse, ni el rey puede cometer regicidio contra su esencia. Debe poner en marcha su reino y enfrentarse a sus miedos y al caer la noche, en la soledad complice del lecho amoroso, darle cuerda a sus regios engranajes mientras el hombre puede tener un sueño perfumado en la sal ajena sin recurrir a ninguna pose, por regia que sea.