lunes, 24 de octubre de 2011

Crónicas VIII

Hoy me fuí a cortar el pelo, un comentario digno de Facebook o de Twitter, pero que cuelgo en donde más me gusta hacerlo... mi blog. Pues sepamos que el Twitter es el resumen del Facebook y el Facebook el resumen del Blog y este último no es nada.

Como decía, hoy me corte el pelo, como siempre lo hago cada vez que la gente se para a verme para saber bien si lo que tengo en la cabeza, además de puras estupideces y sombreros, es un afro o una alimaña con ganas de hacer nido. Es entonces cuando los astros se alinean y me indican que debo pegarme un buen corte.

Comence con este vicio como se comienzan con muchos, por culpa de mi padre. Me llevaba a una peluqueria que frecuetaba: la James Bond, y para sorpresa de todos... el tipo no se llamaba así.

La peluqueria es un lugar bastante estresante, aún cuando muchos puedan pensar lo contrario. Primero te sientan en los asientos, que aunque son comodos, te recuerdan al lugar que también frecuentas por vicio: el dentista. El tipo te rodea el cuello con ese mantel y luego se pasa el rato utilizando objetos cortopunzantes y zumbadores cerca de tu craneo, que es lugar donde menos quieres que esten aquellas abejas metálicas... justo como pasa con el dentista, quizás son odontologos frustrados, anda tu a saber.

Cuando era niño, y ahora que sigo siendolo pero dentro del armario, no me gustaba aquello y más aún cuando lo único que se le ocurría al sujeto es "no te vaya a  sacar un pedazo de oreja". Algún tipo de sadismo inculcado en los institutos de peluqueria. Debo decir que cuando pequeño, y no ahora que soy alto, me daba lo mismo el dentista, pues me quedaba dormido y me relajaba de lo más bien la dentista me amaba y yo me divertía de lo lindo. Jamás me he podido quedar dormido con el mentón hacia abajo y con el tipo moviendome la cabeza.

Sobre el peluquero en sí, uno puede decir muchas cosas. Los peluqueros siempre los he tomado como compadres, como el tipo que si no estuviera cortandote el pelo de seguro estaria tomandose una chela contigo, te habla de todo y de todos, sabe callar cuando no quieres decir nada y te da consuelo con su peineta. Que una mujer te corte el pelo es algo muy sensual, no me malinterpreten por favor, no es que me ande masturbando acerca de como toman las tijeras o el gel tal o cual, lo que pasa es que hay un placer culposo en la peluqueria, que como todos los vicios vino de pariente: mi hermana.
Cuando tuve mi licenciatura me obligó a ir a una peluqueria un poco más de pelo, valga la redundancia, que las que frecuentaba y fue allí donde supe del lavado de pelo.
Como dije es algo sensual, que te laven la cabeza y pasen sus dedos sobre tu pelo, es quizás algo más que sensual, quízás simplemente se siente bien y te sientes como Cleopatra en sus eternos baños de leche... o quizás no tanto, ustedes me entienden.

Lo que nunca supe interpretar fueron las fotos. Aquellas fotos con cortes que siempre tenian en mostrador y te decían "vea algún corte que le guste" aunque por mucho que buscarás, no estaba tu foto con "el mismo de siempre". Pero aquellos monolitos excentricos siguían allí ¿para qué? inspiración tal vez.

Hace un año me aventuré en una peluqueria chic, espere en sus sala de espera, me sente en sus salones de inmaculado blanco y escuche lo que tenia que decir el tipo con su delantal de multiples bolsillos y utensilios con cremas varios mientras una secretaria me ofrecía un dulce, luego un lavado de pelo y palmadita en la espalda. A la salida no me sentía mejor, mi pelo no se mecía al viento ni me creía Beverlyhill 90210.

Debo ser sincero en el corte soy minimalista: tijera, peineta, charla corta y silencio incomódo, dinero en la mano y un vuelva pronto con el dulce dejo a que no volverás más y la esperanza que no se cumpla. ¿Sobre el lavado? Puedo vivir sin ello.

domingo, 23 de octubre de 2011

Memorias VIII

La señorita López dejó Santiago en busca de mundo. Escapó de una vida ingrata, del smog y la polución que consumían su cuerpo. Pero en su corazón había algo que contaminaba con mayor velocidad su mente.

El reloj acariciaba las 8 de la noche cuando aquel bus escupió a una parasito de bolsillos cansados. Sola y abandonada en plena calle, de un pueblito de raíces montinas, raíces engañadas por el viejo salitre. Las mismas que mostraban a un pueblo de eterno luto.

San Marco aunque pequeño, había sido en su tiempo algo digno del futuro y hoy sólo era un ataúd de sueños ocres y esperanzas sulfurosas.

Poseía gran cantidad de casonas y otros establecimientos, pero lo que sorprendio a la chica fue el gran elefante azul. Su superficie hacía pensar en Lapiz lazuli, pero el calor que latia de la piedra daba impresión de algún otro misterioso material. El monolito vigilaba las 4 calles que nutrian la plaza que gobernaba con vista tuerta.

López circulo por la misteriosa tierra buscando alojamiento y trabajo, o un intercambio valido. Cuando las nubes marcaban una lluvia a pronto caer un anciano caepto la juvenil compañia, pues daba el aspecto, segpun sus miradas y su impaciencia, de haber sido abandonado a la suerte del pueblo cuando el tren alejo su humeante ser de aquel paquidermo salino.

sábado, 22 de octubre de 2011

Niño sin risa

Aquel niño, sostenido en el tercer tiempo de la luminaria, acarreado por las ideas fijas y los pulsos falsos, no sabe sonreír.

 Lo observo a través de mis pasos soporíferos, revoloteando en la primavera de chaquetas. Se esconde en el verso del cine y las comas de la tarde.

 Ese muchacho, que me ha robado la poesía, se sienta y espera. Da vueltas bailándole a las estrellas, a la sombra y a la yesca. Se  recoge y se estira, dominando el mundo que tan poco conoce y al que no le sabe dar un beso.

 Aquel niño, de corbata y traje, no sabe sonreír como yo lo hago y de eso ni yo mismo me río.