jueves, 5 de marzo de 2009

Sobre el odio

Que sentimiento más puro y delicioso, mucho más morboso que el viejo y desgastado amor. No hay nada más sagrado que odiar hasta la médula, sentir como se crispa tu cuerpo al mirar al objeto de tus sueños escarlatas: mañanas, tardes y noches enteras imaginando como el infeliz escupe bilis mientras bailas al rededor, jugueteando como un niño al estrujar sus tubos vitales al son de sus alaridos escabrosos.

¿Y que me dicen de la infamia de confundir el odio con el amor? No es un problema de sujeto sino de concepto, pues al rivalizar ambos como fuerzas adversas es un lío hacerse con lo mismo. Por tanto uno solo puede sufrir de dos males diferentes en vez de una confusa estupidez, vale decir, puedes odiar el amor que sientes o amar el odio que anhelas pero no amar y odiar a la misma persona. Cabe destacar que en caso suicida lo anterior no es valido.

Pero lo mejor es la sinceridad de esta materia prima, uno no se confunde al odiar. No existe un limite moral al odiar, no sé te enseña a odiar a una persona sino que la vida te permite hacerlo repetidas veces y de forma derrochadora. Nadie se queja del odio recibido, nadie se pone celoso de ello y más grato es que el odio se acumule alimentado por el recuerdo a un punto en que te desangras por odiarlo más, aunque sea ridículamente innecesario.

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