martes, 21 de abril de 2015

Crónicas XIX

Llevo mucho tiempo sin subirme al transporte público, paso volando al lado de grupo de gentes que dependen de ello. Tengo un secreto y un poder, puedo ir a donde quiera sin más medio que yo mismo, así es la vida a través de mi bicicleta.

Veo, respiro y vivo más cosas de las que podría ver a través de un vidrio en un cajón de fierro, soy libre y eso me mantiene contento durante todo el día. El calor del ejercicio me combustiona hasta que sale el sol suficiente y me ventila las ideas, así mi cabeza no se estanca, pedalea pulsando sangre a mis ideas.

Todas las mañanas cruzo el pequeño tramo de ciclovia que alcanzo a tomar y cuando comenzó la primavera descubrí un pequeño secreto, en ese tramo estaban plantadas unos grandes arbustos de lavanda. Mi momento al pasar se convirtió en ir en el cambio más suave y apretar el freno, pasear por ese pequeño parque entre medio de grava y cemento, fantasmal e inadvertido, un aroma para sentirlo cuando la idea de los arbustos menudos no alcanza a correr tras la pregunta de "¿qué huele tan rico?". Atrevido me fui robando una florecilla para ponerla en el ojal del cuello de la camisa, llevandome así una parte del jardín conmigo y al desnudarme en la noche, sentir la fragancia inundar la pieza. Así como lo hacía antaño mi bisabuela entre la ropa de mis abuelo y de mi madre.

Hoy repetí el ritual con algo de tristeza. Es un terreno municipal y tocaba limpieza, recorte, allí estaba un señor recortando los arbustos, dejándolos uniformes, redondos, perfectos, pero sin flores. Me abstuve de decirle algo, por que el sólo hacía lo que le pedían, él sólo mutilaba la dicha de esa vía por que alguien que no se baja de su auto, que no pasa por aquel jardín hermoso, se lo había dicho. Sólo me puse la última flor de lavanda en mi solapa y me adentre hacia la ciudad carnívora, nos veremos la próxima primavera si es que yo también sobrevivo a que alguien tale mis ruedas libres por un poco de orden y disciplina.

No hay comentarios: