martes, 3 de diciembre de 2013

Crónicas XVI

No soy un chico probeta, pero me críe en un Laboratorio.

Como me gustaba mucho dibujar en vez de usar cuadernos usaba las hojas malas de las tesis y ensayos que mi papá imprimía en su trabajo. Tenía una colección de tubos de ensayos plásticos con los que hacía mis experimentos secretos, la mayoría utilizando detergente de ropa, esperando que algo sucediera, algo inesperado. Por que de eso se trataba, de lo inesperado, de la aventura de conseguir lo que nadie sabía. Era como Mampato pero sin cinturón de viaje, vivía mis propias aventuras dentro de mi cabeza, incluso hasta hoy en día.

Eso también me traía problemas como no poder dibujar. No podía hacer un retrato por que quería que el dibujo tuviera vida, que se moviera. Si había un avión quería que volara por toda la hoja, que los tanques dispararán pero no que se mostrarán disparando, quería que siguieran en guerra por toda la eternidad. Así que mis hojas se transformaban en una masa de rayas. Una profe del colegio me dijo una vez que lo intentara de la otra forma, que lo hiciera representando algo y me sigue pareciendo aburrido.

Es que soy impaciente ¿saben? es mi problema con la vida y con el dibujo. Me lanzo esperando los resultados ahora ya, odio esperar, odio tener que rumiar la espera de las cosas que hago, o mejor dicho, de las cosas que quiero que sucedan, que quiero que sean ahora ya. Soy fácil de desesperar, tengo un punto ebullición rápidamente alcanzable, peligrosamente explosivo y por eso me mantengo en un envase de vidrio. Por que si hay algo que disfruto son los envases de laboratorio hechos en vidrio ¿han visto, por ejemplo, esos tubos casi del grosor de un pelo que usaba Pasteur (cuello de cisne)? o las formas de tubos, dentro de otros tubos y dentro de su belleza me pregunto ¿cómo lo hacen? y me gustaría tirar líquidos de colores de bidones infinitos y observar el combate de las líneas interminables escritas con lapices de vidrio.

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