Lo observo a través
de mis pasos soporíferos, revoloteando en la primavera de chaquetas. Se esconde
en el verso del cine y las comas de la tarde.
Ese muchacho, que me
ha robado la poesía, se sienta y espera. Da vueltas bailándole a las estrellas,
a la sombra y a la yesca. Se recoge y se
estira, dominando el mundo que tan poco conoce y al que no le sabe dar un beso.
Aquel niño, de
corbata y traje, no sabe sonreír como yo lo hago y de eso ni yo mismo me río.
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