domingo, 23 de octubre de 2011

Memorias VIII

La señorita López dejó Santiago en busca de mundo. Escapó de una vida ingrata, del smog y la polución que consumían su cuerpo. Pero en su corazón había algo que contaminaba con mayor velocidad su mente.

El reloj acariciaba las 8 de la noche cuando aquel bus escupió a una parasito de bolsillos cansados. Sola y abandonada en plena calle, de un pueblito de raíces montinas, raíces engañadas por el viejo salitre. Las mismas que mostraban a un pueblo de eterno luto.

San Marco aunque pequeño, había sido en su tiempo algo digno del futuro y hoy sólo era un ataúd de sueños ocres y esperanzas sulfurosas.

Poseía gran cantidad de casonas y otros establecimientos, pero lo que sorprendio a la chica fue el gran elefante azul. Su superficie hacía pensar en Lapiz lazuli, pero el calor que latia de la piedra daba impresión de algún otro misterioso material. El monolito vigilaba las 4 calles que nutrian la plaza que gobernaba con vista tuerta.

López circulo por la misteriosa tierra buscando alojamiento y trabajo, o un intercambio valido. Cuando las nubes marcaban una lluvia a pronto caer un anciano caepto la juvenil compañia, pues daba el aspecto, segpun sus miradas y su impaciencia, de haber sido abandonado a la suerte del pueblo cuando el tren alejo su humeante ser de aquel paquidermo salino.

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