domingo, 5 de abril de 2009

Canto a Ericadus

Contase cuento, leyenda o mito en tiempos en que eran noticias, alimentando las llamas del dolor ajeno y atrayendo al viajero, que caldo presto a tomar se decidía.

Los viejos cueros colgantes, de años que en vísperas pasaban y antiguos recuerdos en boca caían, como si la lluvia olvidará los que todos hacían, escondidos de sus dedos largos y quebradizos.

Los dientes dispares y saltados, dieron hora al terrible relato, cosa que en minutos grupo formase en espera que a cuerdas viejas dieran tono los caldos que dormitaban en la caldera.

El siseo del viento se mezclo con la voz ronca, y extendiendose brazos relámpago a tierra, orquesta dio al teatro, hirviendo sangre a quien espectador se sirviese:

“En tierras blandas, el cielo dio justicia y a semilla de olimpo, descargo brillante pasión algún ser divino y siendo con ella mezquino, atormento a madre abandonada cociendo en frente nombre a criatura solitaria, Ericadus.

Consiguiese vivir años tras año, en finca vieja y terreno sombrío muerto a manos del invierno y seco a la semilla de la primavera. ¡Lloraba la muchacha, lloraba! ¡Princesa a muerte llora, pues no hay para ti vida que valga!.

Contase aquel invierno que congelo el Hades, que ningún mortal soporto solo.
Ericadus recogió leña para madre y al volver a casa encontrase ella a la vieja tirada. Conteniendo lagrimas vio la muerte venir, tapo puertas y ventanas, negandole a muerte entrada. Funeral dio 2 noches a cuerpo delgado y luego cuenta a su hambre. Dicese que Eolo cantaba azotando, ¡Llora muchacha, llora! ¡Princesa a muerte llora, pues no hay para ti vida que hambre valga!.

Al verano dio arribo al finiquito de progenitora y enferma Ericadus, busco destino alejándose del pecado. Consiguiese caminar sus buenos días hasta llegar a poblado en decadencia y para abandonar suerte, dejo a la entrada en árbol tatuado su pasado.
Se dio por casada a dos años de arribo, con joven tabernero que en prospera etapa se veia y dichosa relación fuese por el doble de espera.
Erase semana de vendimia cuando llegando presto con frutas para su sangre, a calor hizo hora y escondido en seco árbol siesta lo aguardaba. El viejo tronco estaba muerto, no así sus habitantes, sin notarlo serpiente beso su mano y el veneno corrió una y mil horas, esperando cruzar el portal y los labios de pareja, para desplomar vida y señalar culpable. La ira fue joven, y a palo dio mano, pero al encontrar vipera cueva, la joven se arrodillo gritando: ¡Llora Ericadus, llora! ¡Princesa a muerte llora, pues tu nombre da a otros guarida!.

Sintiéndose sinsentido, corrió al oráculo buscando destino. Grito a la pitonisa exigiendo respuestas, guías o luces que diesen algo de vida a su lento padecer.
Mala suerte para la joven, pues el faro estaba indispuesto. Así que ofreciendo ayuda, la niña, se quedo esperando, sin antes en suelo tallar las desgracias. En la roca que no perdona, aquella que no traiciona.
Pasaron meses de delirio y la peste no soltaba a la visionaria, el futuro se hablaba borroso y la joven no obtenía respuesta. En pueblos vecinos la querían y conocían, fueron esos los días más felices que pudo haber tenido.
Hiciese familia con otros, compartiendo el vino en mesa desconocida, quebrando pan al viajero, todas y cada una de esas valían las penas para la desgracia de carne joven.
Fuese en verano, a principios del mismo, cuando la señora del destino sintiendose bien, preparose para dar por finado al acuerdo del que abuso había prestado y no viendo lagrimas del techo, resfalo liberando sus ideas contra techo del suelo, manchando otra vez la vida que le había ayudado. La críada dio cuenta de su muerte, y entendió con pena lo que buscaba. Las paredes retumbaban: ¡Llora Ericadus, llora! ¡Princesa a muerte llora, pues tu nombre perdona y traiciona!.

Viendose el pueblo desentendido de aquellos sucesos, juzgaron a la joven en juicio abierto. Al océano debían dar alimento o a la hoguera sentido y sintiéndose indecisos, llamaron a dioses pidiendo castigo. Respondiendo ellos, altivos y divertidos, a niña encerraron en una rivera del cielo, cantando de vez en cuando para que llorase al Eridanus: ¡Llora Ericadus, llora! ¡Princesa a muerte llora, mira lo que por nacer te has perdido!.”

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